“Érase una vez, en Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a casa del mercader.
-Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
-Pero ¿por qué quieres huir?
-Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
-Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?...”
-Cada cual tiene un dia y un lugar donde le espero para venir a cenar conmigo -dijo friamente la muerte- pocas veces suelo avisar de mi llegada.
El mercader salió correindo, invadido por un pánico terrible. ¿Seria hoy su día? -se pregunto.
Y cogiendo su mejor cabalgadura, corrió tambien lejos de aquel siniestro lugar, en busca de otro donde la Muerte no pudiera encontrarle.
Ispahán estaba rodeado por el gran rio Musol, apareciendo a los ojos de los visitantes como una gran ciudad amurallada. El sirviente habia tenido una gran idea al buscar esconderse entre sus muros, así que sin pensarselo siguió sus pasos.
Al llegar al foso su eshausto caballo tropezó con una de las tablillas del puente levadizo, haciendo que el mercader cayera de su montadura y se precipitara hacía el agua. Allí estaba la Muerte esperandole. ¡Bienvenido amigo! -le dijo esta- justo esperabamos tu llegada.
Al mirar vió como su criado se hallaba sentado junto a el, en una mesa preparada para la cena.
-Cada cual tiene un dia y un lugar donde le espero para venir a cenar conmigo -dijo friamente la muerte- pocas veces suelo avisar de mi llegada.
El mercader salió correindo, invadido por un pánico terrible. ¿Seria hoy su día? -se pregunto.
Y cogiendo su mejor cabalgadura, corrió tambien lejos de aquel siniestro lugar, en busca de otro donde la Muerte no pudiera encontrarle.
Ispahán estaba rodeado por el gran rio Musol, apareciendo a los ojos de los visitantes como una gran ciudad amurallada. El sirviente habia tenido una gran idea al buscar esconderse entre sus muros, así que sin pensarselo siguió sus pasos.
Al llegar al foso su eshausto caballo tropezó con una de las tablillas del puente levadizo, haciendo que el mercader cayera de su montadura y se precipitara hacía el agua. Allí estaba la Muerte esperandole. ¡Bienvenido amigo! -le dijo esta- justo esperabamos tu llegada.
Al mirar vió como su criado se hallaba sentado junto a el, en una mesa preparada para la cena.
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